ORACIÓN
INSISTENTE
“Que no se enfade mi Señor si hablo
una vez más. ¿Y si se encuentran diez? Contestó el Señor: En atención a los
diez no la destruiré”. Así concluye el regateo con el que Abrahán trata de
interceder ante Dios por las gentes de la ciudad de Sodoma (Gen 18, 20-32).
• En Oriente es muy habitual el regateo a
la hora de comprar algún recuerdo para traernos a casa. El regateo no solo es
útil. Es, sobre todo, un medio para establecer una comunicación. Gracias al
regateo, las personas conocen un poco más a su interlocutor.
• Gracias al regateo, Abrahán llega a
conocer la misericordia y la paciencia de Dios. Sus preguntas a Dios sobre el
número de justos que le moverían a la compasión son también un modelo para la
oración. La oración del creyente ha de ser confiada e insistente.
EL TRATADO
El texto evangélico que hoy se proclama
(Lc 11,1-13) es un pequeño pero muy completo tratado sobre la oración. De
hecho, incluye un modelo, una parábola, una exhortación y una profecía.
• El modelo es la oración del Señor.
Por supuesto, los discípulos ya sabían orar. Pertenecían a un pueblo que
consideraba la oración como uno de sus pilares fundamentales. En este caso es
importante la comparación que mencionan. Quieren que Jesús les enseñe una
oración propia de ellos “como” hizo Juan con sus discípulos.
• La parábola refiere el incidente de un
padre de familia que, molestado por su amigo en medio de la noche, se levanta
para darle los tres panes que le pide prestados. Mas que un consejo moral, el
relato contiene una revelación. Jesús no trata ahora de pedir a los discípulos
que sean generosos con el que les ruega. Quiere revelar la generosidad de Dios.
• La exhortación incluye tres imperativos:
“Pedid, buscad y llamad”. Con ellos se subraya la indigencia humana. No sómos
tan autosuficientes como creemos. Pero tampoco podemos ser tan desconfiados
como somos. Porque el Señor nos promete que recibiremos, hallaremos y se nos
abrirá. Esas frases sin sujeto aparente, tienen por sujeto a Dios.
EL ESPÍRITU
Finalmente, el texto evangelico contiene
una profecía. En ella se recogen tres frecuentes peticiones de un hijo a su
padre:
• Si un hijo pide a su padre un pan, el
padre no le dará una piedra. Si un hijo pide un pescado, ningún padre le dará una
serpiente. Si un hijo pide un huevo, el padre no le dará uno de esos
escorpiones blanquecinos que se ven en el desierto.
• Pero no se ha de fijar la vista en el
significante, sino en el significado. En él está la fuerza de la profecía: “Si
vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más
vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?”
Seguramente el oyente espera que Dios nos
conceda “cosas buenas”. Y en realidad, eso es lo que casi siempre pedimos
al Padre. Pero la profecía incluye una promesa superior. La verdadera “cosa
buena” es el Espíritu mismo de Jesús. Ese es el verdadero don de Dios.
- Padre de los cielos, confiamos en tu
misericordia. La oración nos revela nuestra pobreza y tu bondad. Sabemos que,
sea lo que sea lo que te pidamos, tú nos darás el Espíritu que nos lleva a
reconocerte como Padre de Jesús y Padre nuestro. Amén.
José-Román Flecha Andrés