ESCLAVA
Y REINA
El día 15 de agosto celebramos la fiesta
de la Asunción de María a los Cielos. Un festejo para una humilde esclava que
es venerada como una reina.
Por estas fechas, recuerdo siempre un
congreso, celebrado hace años en la Universidad Pontificia de Salamanca, cuando
se concedió el título de doctor “honoris causa” al arzobispo M. Ramsey. Los
anglicanos que lo acompañaban se mostraban muy molestos porque el día 1 de
noviembre de 1950 el papa Pío XII había definido este misterio como un dogma de nuestra fe.
Creo que las dificultades y acusaciones
de aquellos buenos teólogos procedían de varios flancos.
En primer lugar, y con todo respeto, parecía
que concebían el cielo como un lugar situado por encima de las nubes. Un error
que también comparten muchos católicos.
Además, les parecía que negábamos la
muerte real de María, cuando la definición dogmática evitaba expresamente hablar
de ese paso, que los ortodoxos denominan como la “Dormición” y muchos católicos
como el “Tránsito” de María.
Por otra parte, les escandalizaba que
los católicos pusiéramos a María al mismo nivel que a Jesús, identificando la
Asunción con la Ascensión, lo cual es falso.
Y, sobre todo, les molestaba que la
Iglesia católica, por su cuenta y sin contar con todos los demás cristianos, se
arrogara el derecho de definir un dogma como este.
Ahora recuerdo el temor y la timidez con
que tomé la palabra. Fue bueno que Interviniera también en el diálogo monseñor
Briva, obispo de Astorga, buen teólogo y presidente de la Comisión Episcopal de
Ecumenismo.
Bueno, creo que, al final, nuestros
amigos y hermanos anglicanos comprendieron que la Iglesia no crea dogmas, sino
que proclama que ese misterio ha pertenecido siempre al depósito de la fe
cristiana.
Además, se repitió que hay que revisar
las categorías biológicas, temporales y espaciales cuando hablamos de los
misterios de la fe. El cielo no es un lugar, sino la metáfora de la
misericordia de Dios, de su gloria y de la acogida que reserva en su morada, es
decir en su amor, a los justos.
Y, por fin, creo que se aclaró que
María, como nosotros, es recibida en el amor y la gloria de Dios, precisamente
por haber sido proclamada por el mismo Dios como la “llena de gracia”.
De aquel diálogo quedó claro que
entonces y ahora, por una parte y por otra, hace falta una seria catequesis
para explicar las posibilidades y los riesgos de un lenguaje. Las palabras
tienen su significado y su connotación. Pero la imaginación a veces eclipsa la
luz de la verdad.
Pues bien, celebremos con alegría la
fiesta de la glorificación de la que se reconocía a sí misma como una simple
esclava del Señor. Una esclava recibida como una reina. Así es. Con ella y con todos nosotros es el Señor
quien tiene la última palabra.
José-Román
Flecha Andrés