lunes, 29 de agosto de 2016

CADA DÍA SU AFÁN- 3 de septiembre de 2016

 
 CONSOLAR AL TRISTE

Tal vez sea esta obra de misericordia la que con más facilidad puede conservar todavía su carácter de tal. Consolar al triste es meritorio ejercicio de las personas que sienten como suyo el dolor de los demás. El consuelo refleja y consolida una  relación de confianza y de afecto entre dos personas: la que es consolada y la que consuela.     
Para consolar adecuadamente es preciso conocer profundamente a quien pasa por el valle del sufrimiento y conocer el motivo de su dolor. De lo contrario, el intento puede fracasar. 
Para que el consuelo sea respetuoso y adecuado será preciso también prestar atención al momento oportuno para intentar ofrecer un gesto o una palabra de aliento. Esto lo saben bien los miembros de una familia que vive en paz y en armonía.
En la segunda parte del libro de Isaías, se presenta a Dios como el consolador de su pueblo: “El Señor consuela a Sión, consuela todas sus ruinas: convertirá su desierto en un edén, su yermo en jardín del Señor; allí habrá gozo y alegría, acción de gracias al son de instrumentos”  (Is 51,3.12).
En las páginas de la Biblia se menciona también ese consuelo humano que a veces no encuentra la persona: “La afrenta me destroza el corazón y desfallezco; espero compasión y no la hay, consoladores y no los encuentro”  (Sal 69,21).
Como signo y revelación del consuelo de Dios, Jesús mismo consuela a los afligidos y a los que sufren. Basta recordar algunos ejemplos, como el hombre de la mano paralizada, la viuda de Naím que lleva a enterrar a su hijo, Jairo y la mujer que padece flujos de sangre
En el evangelio de Mateo, Jesús proclama dichosos a los que sufren, porque ellos serán consolados. Dios mismo será su consuelo.  El mismo Jesús promete a sus discípulos otro Consolador que el Padre enviará cuando se lo pidan.
 Por su parte, en un texto voluntariamente reiterativo, Pablo proclama la bondad del “Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos consuela en cualquier tribulación nuestra hasta el punto de poder consolar nosotros a los demás en cualquier lucha, mediante el consuelo con el que nosotros mismos somos consolados por Dios” (2 Cor 1, 3-4).
Así pues, es necesario evitar la indiferencia ante las necesidades, la marginación o la pobreza del prójimo. En la indiferencia se revela el egoísmo de quien pretende vivir atendiendo solamente a sus necesidades o sus caprichos. 
Ser indiferente ante los dolores o ante las penurias ajenas indica que hemos perdido el sentido de la convivencia, de la solidaridad y de la fraternidad. 
 Hay que denunciar las situaciones en las que una persona o un grupo social padece un acoso puntual o sistemático por parte de otras personas. No podemos pasar por el mundo ignorando  la suerte –o la mala suerte- de los demás. Sería un dolor que nos tratasen a nosotros de esa manera.


José-Román Flecha Andrés