lunes, 10 de octubre de 2016

CADA DÍA SU AFÁN 15 de octubre de 2016

                                                
EL HOGAR DE TERESA
Muchas personas atribuyen a sus padres la causa de los errores que cometen y hasta de su curtida inmoralidad.  Teresa de Jesús, a la que hoy recordamos, es una maestra de serenidad y de gratitud hacia sus padres, Alonso Sánchez de Cepeda y Beatriz Dávila y Ahumada. No queda en su corazón ni el menor espacio para el  resentimiento. 
Desde muy niña, Teresa comenzó a sentir grandes deseos de ser santa. Andando el tiempo, Teresa asume  toda la culpa  por no haber sido siempre fiel a aquel impulso inicial recibido de sus padres: “Fatígame ahora ver y pensar en qué estuvo el no haber yo estado entera en los buenos deseos que comencé. […] sé que fue mía toda la culpa” (V 1,7-8).
La libertad juega un gran papel en este proceso de disculpa y de justificación personal.  Se olvida que la libertad no es tanto un punto de partida cuanto un punto de llegada. Teresa ha intuido ya esta contradicción, como lo demuestra al escribir: “¡Oh, que sufre un alma, válame Dios, por perder la libertad que había de tener de ser señora, y qué de tormentos padece!” (V 9, 7).
Aunque hayan elegido con libertad,  muchas personas  tratan de justificar y disculpar sus malas acciones u omisiones. Con frecuencia arguyen que en  su infancia estaban tan determinadas por el ejemplo y las presiones de su familia que nunca fueron libres para tomar una decisión responsable.
Teresa recuerda su hogar y agradece lo que en él ha recibido. Recordar es pasar las memorias por el filtro del corazón. Y para el creyente, recordar equivale a orar. Pues bien, Teresa recuerda qué impresión tan fuerte le produjo leer Las Confesiones de San Agustín: “Cuando llegué a su conversión, y leí como oyó aquella voz en el huerto, no me parece sino que el Señor me la dio a mí, según sintió mi corazón: estuve por gran rato que toda me deshacía en lágrimas, y entre mí misma con gran aflicción y fatiga” (V 9, 7).
Teresa suele envolver sus recuerdos en la oración.  De hecho, se dirige a Dios para reconocer el bien que ha recibido: “No me parece os quedó a Vos nada por hacer para que desde esta edad no fuera toda vuestra. Cuando voy a quejarme de mis padres, tampoco puedo, porque no veía en ellos sino todo bien y cuidado de mi bien” (V 1,7-8).
¡El bien! ¡Todo bien! Ese es el resumen de los recuerdos de Teresa.  El bien es el verdadero motivo para alimentar y conservar la gratitud hacia sus padres. El bien es el gran don de Dios, que ha llegado hasta ella por la mediación del hogar. El bien como ideal de vida y como norma para el comportamiento diario. ¡Siempre el bien!
Cabe preguntarse si en las familias de hoy se percibe una preocupación semejante por el cultivo y la promoción de buenas ideas, buenos sentimientos y buenas costumbres. No se puede olvidar que en la búsqueda del bien estriba la felicidad.
                                                                      José-Román Flecha Andrés