viernes, 10 de marzo de 2017

VIA CRUCIS - EL DON DE LA FE

EL DON DE LA FE

          La alabanza de la fe de los cristianos
no es porque creen que Cristo murió,
sino porque creen que Cristo resucitó.
Que Cristo murió lo creen también los paganos.


San Agustín, Comentario al Salmo 101, 2,7

1ª Estación: Jesús es condenado a muerte

     La noche anterior, después de la cena pascual, Jesús había salido a orar al Huerto de los Olivos, acompañado de sus discípulos más íntimos. Su oración fue como el eco de la tentación que había afrontado en el desierto: un intento de ver claramente los caminos del Padre. Al fin fue la fe, sólo la fe, la que le ayudó a repetir: «Hágase tu voluntad y no la mía…» (Lc 22,42)

     – Jesús Maestro, enséñanos a aceptar los caminos que Dios ha trazado para nuestras vidas.
     – Jesús Hermano, acompaña con tu gracia a todos los que no consiguen ver con claridad la voluntad del Padre.
     – Jesús Señor, aumenta nuestra fe, que es pequeña y débil, frágil y tentada.

2ª Estación: Jesús carga con la cruz

     Como Isaac en el camino que llevaba hasta el monte de su propio sacrificio (Gén 22,6), Jesús carga con el instrumento de su propio suplicio (Jn 19,17). Como Isaac, también Jesús desearía hacer preguntas, informarse, saber qué ha de pasar y por qué tiene que ocurrir. Sin embargo, al igual que Isaac, Jesús se limita a caminar en la fe, sin entender demasiado.

     – Jesús Maestro, enséñanos a aceptar y seguir los caminos de Dios.
     – Jesús Hermano, te reconocemos como modelo en las horas amargas en que hemos de tomar la cruz.
     – Jesús Señor, danos fuerza para seguir tus pasos confiadamente.
    
3ª Estación: Jesús cae por primera vez

     En el camino de la fe se esconde siempre una primera tentación: la de perder el sentido de la existencia. No verme a mí mismo en ese camino. En el fondo lo que pasa es que no nos valoramos suficientemente y no creo que Dios quiera servirse de nosotros. Escuchamos ciertamente su voz pero «endurecemos el corazón» como Israel en el desierto (Sal 95,8).

     – Jesús Maestro, enséñame a escuchar y aceptar con fe la voz del Padre.
     – Jesús Hermano, ayúdanos a valorar nuestro puesto y nuestra tarea en la obra de la salvación.
     – Jesús Señor, sabemos y confesamos que tú tienes palabras de vida eterna (Jn 6,68)
    
4ª Estación: Jesús encuentra a su madre

     Isabel había dicho a María: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor» (Lc 1,45). Pero cuando fue a presentar a Jesús en el templo, Simeón le había pronosticado: «Una espada atravesará tu alma» (Lc 2,35). Su estupenda fe no libró a María del dolor. Ni de la espada que su mismo hijo venía a traer a la tierra (Mt 10,34).

     – Jesús Maestro, enséñanos a prestar atención y acogida a la palabra de Dios.
     – Jesús Hermano, ayúdanos a descubrir la presencia y la demanda de todos los que sufren
     – Jesús Señor, que nuestros ojos estén siempre dispuestos a «ver tu salvación».

5ª Estación: Jesús es ayudado por Simón Cireneo

     Durante la última cena, Jesús había lavado los pies a sus discípulos, a pesar de la resistencia que mostró Simón Pedro (Jn 13,1-16). Se trataba significar con ese gesto su propia entrega. Y también de darles una lección difícil. En el camino de la cruz, sólo es grande el que sirve a los demás, el que está dispuesto a ayudar a llevar la cruz. También eso pide la fe.

     – Jesús Maestro, enséñanos a servir como Tú has servido y a aceptar la ayuda de los demás.
     – Jesús Hermano, que seas tú el modelo e inspiración del voluntariado moderno.
     – Jesús Señor, despierta entre nosotros corazones abiertos para ayudar con fe a los necesitados.

6ª Estación: Jesús la verónica limpia el rostro de Jesús

     Jesús había dejado bien claros los criterios por los que se realizará el juicio último sobre los hombres. Al fin se tendrá en cuenta el pan que han dado al hambriento o el agua ofrecida al sediento. Lo que a ellos hagamos a Jesús se lo hacemos (Mt 25, 31-46). La fe nos hace descubrir el rostro del Mesías en el rostro de los que sufren. Esa es la lección de la Verónica.
     – Jesús Maestro, enséñanos tus continuas lecciones de servicio y de entrega a los demás.
     – Jesús Hermano, ayúdanos a revisar las intenciones y estrategias de nuestras estructuras sociales.
     – Jesús Señor, que la fe nos lleve a descubrir tu imagen en los que nos necesitan.

7ª Estación: Jesús cae por segunda vez

     En el camino de la fe se esconde con frecuencia una segunda tentación: la de la insolidaridad y el egoísmo. Cada uno de nosotros desea vivir para sí mismo. Como si no perteneciera a una comunidad. Como si pudiera apropiarse del maná que pertenece a los demás, como hicieron los israelitas en el desierto (Éx 16,17-20).

     – Jesús Maestro, enséñanos a escuchar siempre la voz de tu Padre y nuestro Padre.
     – Jesús Hermano, que la fe nos ayude a diseñar una globalización de la solidaridad.
     – Jesús Señor, dirígenos cada día la pregunta que Dios hizo a Adán: «¿Dónde está tu hermano?».

8ª Estación: Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén

     Jesús había dicho que la fe es capaz de mover montañas y moreras (Mc 11,23; Lc 17,5-6). Pero con eso no garantizaba a nuestra fe el resultado de una eficacia visible. ¡Cuántas veces el creyente tiene que constatar la pobreza efectiva de sus esfuerzos!. Es cierto que no basta con lamentarse a la orilla del camino, pero Jesús valora esa misma pobreza.

     – Jesús Maestro, enséñanos a vivir una fe comprometida y responsable con nuestro mundo.
     – Jesús Hermano, consuélanos cuando nos vemos cansados y abatidos.
     – Jesús Señor, aumenta en nosotros esa fe que mueve montañas y moreras.

9ª Estación: Jesús cae por tercera vez

     En el camino de la fe se esconde casi siempre una tercera tentación: la de la autonomía o la idolatría. A lo largo del camino hay muchas veces en que quisiéramos adorar más las cosas de Dios que al Dios de nuestras cosas: también Israel adoró un becerro de oro en medio del desierto (Éx 32,1-6).

     – Jesús Maestro, enséñanos a escuchar con fidelidad la voz del Padre.
     – Jesús Hermano, ayúdanos a venerar el nombre de Dios, sin confundirlo con nuestros ídolos.
     – Jesús Señor, tu presencia nos repite la pregunta de los salmos: «¿Dónde está tu Dios?».

10ª Estación: Jesús es despojado de sus vestiduras

     La fe había llevado a Abraham a ponerse en ca­mino, saliendo de su casa, hacia una tierra desco­nocida (Gén 11,1). La fe lo llevó hasta el monte donde iba a sacrificar a su hijo (Gén 22,1-2). Porque los caminos de la fe siempre pasan por el desgarro y el despojo. Por una desnudez más dolorosa que la de los vestidos.

     – Jesús Maestro, enséñanos a aceptar el riesgo de vivir las exigencias de la fe.
     – Jesús Hermano, suscite entre nosotros profetas que denuncien el despojo de los pobres.
     – Jesús Señor, hecho pobre para enriquecernos, ayúdanos a comprender que Tú eres nuestra única riqueza.
    
11ª Estación: Jesús es clavado en la cruz

     El Sumo Sacerdote había dicho: «Conviene que muera un hombre por la salvación de todo el pueblo» (Jn 11,50). En el camino que va a Emaús dos discípulos comprendieron el primer día de la semana que «Era necesario que padeciese y así entrase en la gloria» (Lc 24,26). Pero sólo la cruz hace comprensible esta suprema y aparente necedad.

     – Jesús Maestro, enséñanos que no te encontraremos ni en la fuerza ni en la sabiduría, sino en la cruz.
     – Jesús Hermano, ayúdanos a descubrir con la mirada de la fe el dolor de aquellos en los que tú eres hoy crucificado.
     – Jesús Señor, te reconocemos como el «Siervo de Dios» que entrega su vida por sus hermanos.

12ª Estación: Jesús muere en la cruz

     A pesar de su fe, el Varón de Dolores muere suspirando: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mc 15,34). Aquel antiguo salmo (Sal 22,2) que se extingue en sus labios mantiene la confianza en el Padre, pero no brinda respuestas facilonas al misterio de la existencia. Todo hombre muere en soledad ante su Dios.

     – Jesús Maestro, enséñanos a dirigirnos al Padre celestial con esa confianza que de ti aprendimos.
     – Jesús Hermano, ayúdanos a colaborar con las instituciones que tratan de defender la vida humana.
     – Jesús Señor, levantado en alto, atrae nuestras miradas hacia ti, escucha nuestra oración y ten piedad de nosotros.

13ª Estación: Jesús es puesto en brazos de su madre

     Al morir, Jesús le ha dicho a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Jn 19,26). Cuando Jesús le indica a Juan, brota en el corazón de María una nueva maternidad, una nueva familia, una nueva responsabilidad. La fe que en otro tiempo la había llevado a buscar a Jesús perdido (Lc 2,41-50), la lleva ahora a buscar por el mundo a Jesús oculto.

     – Jesús Maestro, enséñanos a redescubrir nuestro puesto en el seno de la Iglesia.
     – Jesús Hermano, sacude nuestra comodidad y despierta nuestra fraternidad dormida.
     – Jesús Señor, ayúdanos a amar a la Iglesia, nuestra Madre y a sentirnos responsables de su misión.
    
14ª Estación:  Jesús es puesto en el sepulcro

     En tiempos de los Macabeos, una madre alentaba a sus hijos a afrontar el martirio recordándoles su fe en la resurrección (2 Mac 7,23). Descansar en el sepulcro es para Jesús la caída en el surco de un grano que pronto germinará. «Lo que con lágrimas se siembra, se cosecha entre cantares» (Sal 126,6).
     – Jesús Maestro, enséñanos la fuerza que se esconde en el misterio del grano que cae en el surco.
     – Jesús Hermano, mantén en alto nuestra fe y alienta nuestra esperanza.

     – Jesús Señor, que la penumbra de nuestra fe desemboque un día en la claridad de tu gloria. Amén. 
                                                                                  José-Román Flecha Andrés