En el
decreto sobre la formación sacerdotal, ya el Concilio Vaticano II decía que “el
deber de fomentar las vocaciones afecta a toda la comunidad cristiana, la cual
ha de procurarlo ante todo con una vida plenamente cristiana” (OT, 2).
Seguramente,
también en nuestros días el Señor sigue llamando a muchos cristianos al
seguimiento de sus pasos. Pero esa llamada no siempre es escuchada. En los
países de antigua tradición cristiana es evidente la alarmante disminución de
creyentes que optan por el sacerdocio ministerial.
Sin
duda son muchas las causas de la llamada escasez de vocaciones. Por una parte,
padecemos en Europa el invierno demográfico, debido a la baja natalidad, al
enorme número de abortos y al envejecimiento progresivo de la población.
Además,
la pérdida o el olvido de las raíces cristianas de nuestro continente y otros
factores bien conocidos han motivado el deterioro de la imagen del clero y, en
general, de las personas consagradas.
No se
pueden olvidar los motivos que afectan al sentido de la vida. La búsqueda de la
libertad ha generado un deseo más o menos consciente de liberarse no sólo de la
fe cristiana, vista como un peso, sino aún de los valores morales. Con razón ha
escrito Karl Menninger que uno de los signos de este tiempo es la
irresponsabilidad colectiva.
Pues
bien, la comunidad cristiana no puede ni debe resignarse pasivamente a este
descenso del número de personas que optan por el sacerdocio y por la vida
consagrada.
Un dato digno de ser mencionado es la decisión
del obispo de León, monseñor Julián López Martín, de proponer en su diócesis la celebración de un “Año pastoral diocesano vocacional”.
La iniciativa
pretende fomentar la oración insistente por las
vocaciones. Una tarea siempre necesaria, que en nuestro tiempo se ha convertido
en un deber grave y urgente. Pero además de orar es preciso crear una nueva
conciencia eclesial. Sin el ministerio presbiteral no sólo se pierde el acceso
a los sacramentos, sino que se dificulta el anuncio de la palabra de Dios y la
orientación cristiana de los fieles.
Citando el discurso que el
papa Francisco pronunciaba el 5 de enero de este año 2017, escribe el obispo de
León que “entre todos hemos de lograr una nueva y verdadera cultura vocacional,
que sea capaz de
leer con coraje la realidad tal como es, con sus fatigas y resistencias”.
Seguramente, iniciativas como
esta existen ya en otros muchos lugares del mundo. Sería bueno que se
comunicaran las experiencias y los métodos seguidos para el fomento y
seguimiento de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada.
Y que la oración de toda la
comunidad, implorando a Dios el don de esas vocaciones, vaya acompañada por la
generación de esa renovada cultura vocacional. No solo saldrá beneficiada la
Iglesia, sino también la familia y aun el cuerpo de la sociedad civil.
José-Román Flecha Andrés