miércoles, 6 de diciembre de 2017

CADA DÍA SU AFÁN 9 de diciembre de 2017

                                                                 
TIEMPO DE ESPERANZA

Durante estas cuatro semanas del Adviento preparamos la celebración de la fiesta del nacimiento de Jesús. Pero no sólo eso. El Adviento resume toda nuestra vida. En este tiempo se nos invita a redescubrir la virtud de la esperanza. Y a vivir como quienes están de camino.
En el poema El pórtico del misterio de la segunda virtud, de Charles Péguy, la esperanza asombra al mismo Dios. La niña esperanza camina de la mano de sus dos hermanas mayores: la fe y la caridad. Y el mismo Dios se pregunta si son ellas las que guían a la pequeña o es la esperanza la que arrastra a la fe y a la caridad.
            Pablo VI dijo que  “la esperanza debe apoyarse, sobre todo, en la solidez de nuestras ideas, de nuestra filosofía, de nuestra concepción de la historia y de la vida; en otras palabras, en la verdad de nuestra fe. Quien cree, espera”. La fe tiene como hermana a la esperanza. De alguna forma, creer es proyectarse en el futuro.   
Esperar es tender confiadamente a un futuro en el que se imagina realizable el proyecto humano de ser. Así que la esperanza incluye la itinerancia y el proyecto, la confianza y la humildad, la tenacidad y la paciencia.        
La esperanza pertenece a la estructura misma de la vida y a la dinámica del espíritu humano. Cuando  la persona vive esperanzada, se afirma a sí misma y afirma el valor de la realidad. Cuando la esperanza se destruye, las respuestas de la persona pueden variar según los tiempos, el espacio y la cultura que la sustenta.
La esperanza cristiana es una virtud teologal, infundida por Dios. Gracias a ella, confiamos alcanzar la vida eterna y contar con los medios necesarios para llegar a ella, apoyados siempre en  la omnipotencia y en la misericordia de Dios.
Con frecuencia olvidamos lo que somos y lo que esperamos. La esperanza alienta el camino de la fe, que mientras hace memoria de la pascua del Señor anhela la felicidad del encuentro eterno. Estamos llamados a vivir esperando la manifestación del Señor y la plenitud de su Reino. La esperanza nos exige vivir despiertos, atentos a los signos de los tiempos.
En la eucaristía repetimos con frecuencia la súplica con que se cierra el libro del Apocalipsis: “Ven, Señor Jesús”. Tendremos que preguntarnos si de verdad vivimos esperando, deseando y anticipando la manifestación del Señor. Orar bajo el signo de la esperanza, no significa manifestar nuestro descontento con la realidad de este mundo.
Al contrario. Como nos ha dicho el Concilio Vaticano II, “La espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo” (GS 39).
                                                                          José-Román Flecha Andrés