EL MISTERIO DEL
AGUA
“¡Todos los sedientos, id por agua, y los que no
tenéis plata, venid, comprad y comed, sin plata y sin pagar, vino y leche!” Con
esta invitación tan sugestiva se abre la primera lectura que se proclama en
este domingo, en que celebramos la
fiesta del Bautismo de Jesús (Is 55,1-11).
Después de haber meditado durante los días de Navidad
el misterio de la Palabra que se ha hecho carne, se nos invita hoy a
alimentarnos de ella. Solo la palabra de Dios puede calmar nuestra sed. Y
saciar nuestra hambre. Con palabras del libro de Isaías, repetimos en el salmo
responsorial: “Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación”
El
agua aparece también en la segunda lectura, tomada de la primera carta de Juan
(1 Jn 5,1-9). Pero Jesucristo ha venido
a nosotros “no solamente con el agua, sino con el agua y con la sangre”. El
Espíritu, el agua y la sangre dan testimonio de él.
EL SEÑOR Y EL ESCLAVO
En el texto del evangelio de san Marcos que
hoy se proclama (Mc 1,7-11), volvemos a escuchar la palabra de Juan el
Bautista. Él anuncia al que ha de venir y confiesa su propia incapacidad de
ofrecer la salvación que esperan obtener los que llegan a escucharle.
• “Detrás de mí viene el que puede más que yo,
y yo no merezco ni agacharme para desatarle las sandalias”. Es evidente que el
que viene ha de ser grande y poderoso. Llegará con la autoridad que Dios le ha
conferido. Juan ni siquiera se considera a sí mismo digno de ofrecerle el servicio de un esclavo.
•
“Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo”. Juan
contrapone dos fuerzas de la naturaleza: el agua y el viento. Las dos son benéficas,
pero pueden llegar a ser tremendas. Juan bautiza con agua e invita a las gentes
a la conversión. No es poco. Pero el que viene detrás de él moverá a las gentes
con el vendaval de Dios.
EL
HIJO AMADO
El
que había de venir es Jesús, que llega desde Nazaret para ser bautizado por
Juan en el Jordán. No hay en su boca palabra alguna. Pero ve que los cielos se
rasgan, mientras el Espíritu baja sobre él como la paloma que descubrió la
tierra después del diluvio. Es la hora de la revelación. De pronto se oye una
voz celestial:
“Tú
eres mi hijo amado, mi predilecto”. Ese oráculo divino identifica a Jesús con
el misterioso Siervo de Dios, al que se refieren los famosos cantos que se
hallan en el libro de Isaías (Is 42,1). Jesús es el elegido. Es el enviado por
Dios. Es el que ha de redimir a su pueblo con su entrega.
•
“Tú eres mi hijo amado, mi predilecto”. Esas palabras se dirigían ya al pueblo
de Israel, en tiempos del exilio que lo llevó a Babilonia. Pero se dirigen hoy
al nuevo pueblo de Dios, excluido y perseguido en muchos lugares de la tierra. También
él está llamado a vivir confiando en la misericordia de Dios.
-
Señor Jesús, bautizado en las aguas del Jordán, tú eres la luz que ilumina
nuestro camino. Nuestra fe te acoge y confiesa como el Salvador y Mesías
enviado por Dios. El que se ha revelado como tu Padre, nos recibe a nosotros como
hijos, rescatados por ti del sepulcro del mal y del pecado. Bendito seas por
siempre. Amén.
José-Román
Flecha Andrés