ENTRE LA SOLEDAD Y EL SERVICIO
En la exhortación apostólica “Gaudete et
exultate”, firmada por el papa Francisco el día 19 de marzo, solemnidad de San
José, hay muchos puntos interesantes. Como esa aparente confrontación entre la
acción y la contemplación.
Estamos llamados a construir el reino de Dios: un reino de amor, de justicia y
de paz para todos. Esa tarea requiere un esfuerzo personal. De hecho, afirma el
Papa: “No te santificarás sin entregarte en cuerpo y alma para dar lo mejor de
ti en ese empeño” (GE 25).
De acuerdo. Pero a continuación, el
documento papal incluye unas palabras que pueden ser provocadoras: “No es sano
amar el silencio y rehuir el encuentro con el otro, desear el descanso y
rechazar la actividad, buscar la oración y menospreciar el servicio” (GE 26).
En otros tiempos se nos decía que el
activismo con el que pensamos salvar el mundo será vano y estéril si no va acompañado
por la oración. Y se recordaba el ejemplo del santo Cura de Ars. ¿Es que el
Papa olvida el valor de la oración y desprecia el carisma de la contemplación?
No se trata de separar, sino de integrarlo
todo en nuestra misión. “¿Acaso el Espíritu Santo puede lanzarnos a cumplir una
misión y al mismo tiempo pedirnos que escapemos de ella, o que evitemos
entregarnos totalmente para preservar la paz interior?” (GE 27).
A veces olvidamos entregarnos a los demás y
vivir la fe como un compromiso. Buscamos la paz interior y vemos la acción como
una distracción. Y otras veces nuestra
acción pastoral está “movida por la ansiedad, el orgullo, la necesidad de
aparecer y de dominar”. Las dos tentaciones nos alejan de la santidad.
Por si no quedaba claro, el Papa nos
exhorta a no despreciar los momentos de quietud, soledad y silencio ante Dios. Por
eso nos llama la atención sobre los
recursos tecnológicos, los viajes, las ofertas para el consumo, que a veces no
dejan espacios donde resuene la voz de Dios.
Cuando los ruidos nos aturden, no reina la
alegría sino la insatisfacción de quien no sabe para qué vive. “Necesitamos
detener esa carrera frenética para recuperar un espacio personal, a veces
doloroso pero siempre fecundo, donde se entabla el diálogo sincero con Dios”
(GE 29).
En este tiempo, todos deseamos tener un
tiempo libre, pero lo dedicamos a “utilizar
sin límites esos dispositivos que nos brindan entretenimiento o placeres
efímeros”. Con ello se resiente la misión, se debilita el compromiso y se recorta
el servicio a los demás (GE 30).
La conclusión es clara: “Nos hace falta un
espíritu de santidad que impregne tanto la soledad como el servicio, tanto la
intimidad como la tarea evangelizadora, de manera que cada instante sea
expresión de amor entregado bajo la mirada del Señor. De este modo, todos los
momentos serán escalones en nuestro camino de santificación” (GE 31).