EL SALUDO DE LA IGLESIA
El
día 8 de diciembre de 1965 se clausuró el Concilio Vaticano II con la misa
celebrada por Pablo VI en la Plaza de San Pedro. Aquella mañana oímos de los labios del Papa un saludo dirigido a toda la humanidad. Cinco
pensamientos quedaron flotando en el recuerdo:
• “Como el sonido de las campanas se
extiende por el cielo y llega a todos los que encuentra en el radio de
expansión de sus ondas sonoras, así nuestro saludo se dirige a todo el mundo: A los que lo acepten y a
los que lo rechacen (…) Nadie es en principio inalcanzable desde este centro
católico romano. Nadie es extraño para la Iglesia católica, a nadie se le
excluye, nadie es lejano”.
En un segundo momento, Pablo VI trataba
de expresar el mismo sentimiento de cercanía a todos los hombres, pero
aludiendo al amor humano:
•
“Cada uno de aquellos a quienes se dirige nuestro saludo es un llamado, es un
invitado; y, en cierto modo, alguien ya presente. Que lo diga si no el corazón
del que ama: el amado es siempre un presente. Y nosotros, especialmente en este
momento, y en virtud de nuestro mandato universal, pastoral y apostólico,
amamos a todos, absolutamente a todos”.
Después de recordar a los fieles
presentes, a los enfermos y a los obispos retenidos y encarcelados para
impedirles asistir al Concilio, el Papa expresaba su voluntad de diálogo:
• “Dirigimos también este saludo
universal a vosotros los hombres que no nos conocéis, a los hombres que no nos
comprendéis, a los hombres que no nos juzgáis útiles, necesarios o amigos; e
incluso a vosotros los que nos combatís, quizá creyendo obrar bien. Un saludo
sincero, un saludo discreto, pero lleno de esperanza; y hoy, creédnoslo, lleno
de aprecio y de amor”.
Pablo VI quería subrayar que su saludo
era distinto de los saludos ordinarios con que nos despedimos después de un
encuentro.
• “No es el nuestro un saludo de
despedida que separa, sino de amistad que permanece o nace ya desde ahora si es
preciso…Nuestro saludo quisiera llegar al corazón de cada uno, entrar en él
como un huésped querido y pronunciar en el silencio interior de vuestro
espíritu la palabra habitual e inefable del Señor: Os dejo la paz, os doy la
paz, no como la da el mundo”.
Por último, Pablo VI apuntaba a una
dimensión espiritual y trascendente de aquel saludo que dirigía a toda la
humanidad, al cerrar el Concilio:
• “Nuestro saludo tiende a otra realidad
superior. No es solo un intercambio de palabras entre nosotros, sino que
reclama a otro presente, el Señor mismo, invisible, sí, pero operante en el
tejido de las relaciones humanas. Lo
invita y le pide que haga brotar en quien saluda y en quien es saludado nuevas
bendiciones, la primera y más preciosa de las cuales es la caridad”.
Universalidad, presencia, aprecio, paz y
caridad. He ahí cinco características del saludo de Pablo VI al mundo.
Seguramente esas cinco notas del saludo de la Iglesia siguen siendo válidas y
necesarias todavía.
José-Román Flecha Andrés